jueves, 28 de mayo de 2009

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MUSICA: CRITICA LA CANTANTE SE PRESENTO EN EL GRAN REX

Cassandra Wilson: yendo del blues al jazz

Con una formidable banda detrás, dio un gran concierto. Y mostró un brillo que no se advierte en sus discos: Wilson se hace fuerte en el vivo. Por: Marcos Mayer

Fuente: ESPECIAL PARA CLARIN

PERFORMANCE EN EL ESCENARIO, CASSANDRA SE SACA LAS SANDALIAS, SE RIE, CANTA Y HACE GESTOS A LOS MUSICOS.

Ha pasado casi una hora y media del comienzo del recital de Cassandra Wilson. Es el tema de cierre. Ella termina de cantar una extensa versión de Till There Was You, una composición de Meredith Wilson que también recorrieron los Beatles al principio de su carrera. Cassandra abandona el escenario pero el grupo sigue tocando. No es una continuidad para darle telón de fondo a los aplausos, pues la música sigue por largos minutos mientras los intérpretes se van retirando de a uno. Finalmente sólo queda el percusionista Lekan Babalola. Nada hay allí de puesta en escena, pero no hay dudas de que se trata de un gesto muy estudiado y que sirve para remarcar una idea que recorre todo el recital. No se trata de una intérprete acompañada de muy buenos músicos, sino que lo que acaba de sonar es la banda de Cassandra Wilson.

La diferencia no es menor. Lo que sucede en el escenario del Gran Rex -mucho más que en los discos- es un concepto complejo y fascinante de la música que debe hacerse hoy. La clave viene de la mano del blues, una presencia constante en el repertorio de Wilson. Generalmente se trata de material muy tradicional como cuando el grupo se adentra en Saint James Infirmary o en Pony Blues. Sin embargo -y mucho debe a esto el gran trabajo en la guitarra de Marvin Sewell-, el tratamiento recuerda mucho al blues de Chicago y al estilo del gran Muddy Waters. Como si la búsqueda de Cassandra pasara por tratar de encontrar los puntos de contacto entre dos formas de evolución musical: las del blues y las del jazz. Y se nota que haber descubierto el camino de esa búsqueda (no su resolución) la colma de algo que por momentos se parece a la felicidad.

Porque la Wilson hace cosas impensadas sobre el escenario. Por de pronto, se saca las sandalias apenas comienza el show, baila, se ríe, canta sin el micrófono como para sí misma, hace gestos a sus músicos, se sorprende, da instrucciones a los técnicos de sonido, se queja como puede en español ("hace mucho calor", dice mientras se abanica con una toalla).

El recital está dedicado casi en su totalidad al material de su último disco, Loverly. Algo que en realidad es cierto a medias. Porque lo que se escuchó tuvo menos que ver con la reproducción medianamente novedosa de temas ya conocidos. En realidad, fue como música en tránsito, a la que se descubre cada vez que se la interpreta, algo que se vincula con la improvisación del jazz -su punto de partida y su marca- pero que afecta a todos los géneros de la música popular: dejarse transformar. Esta deriva por los géneros es lo que enloquece a su discográfica que trata de venderla por momentos como una cantante de jazz y que acaba de sacar una compilación para instalarla como diva pop. A ella, mientras baila en el escenario, no parece importarle demasiado. El placer que transmite se cierra en el bis, Arere, donde se luce el piano de Jonathan Batiste. La base rítmica que completan Herlin Riley en la batería y Reginald Veal en el bajo es un buen sustento para una búsqueda hecha a puro placer.

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